La asimetría del corazón: Amar ante el silencio

«Amar es ser vulnerable», sentenció C.S. Lewis en su obra Los cuatro amores, una frase que funciona como el umbral perfecto para adentrarnos en uno de los dolores más silenciosos y comunes de la experiencia humana: el afecto que no encuentra eco. Cuando ofrecemos nuestro corazón a seres queridos —ya sean padres, hijos, parejas o amigos— y recibimos a cambio indiferencia, frialdad o un amor que no habla nuestro idioma, la primera reacción suele ser la confusión y el repliegue. Vivimos en una cultura transaccional que nos ha enseñado, erróneamente, que el amor es una ecuación matemática donde a tal cantidad de entrega debe corresponder idéntica cantidad de retorno. Sin embargo, procesar el cariño no correspondido requiere desaprender esta lógica mercantil y aceptar una realidad cruda pero liberadora: la profundidad de mi amor no obliga al otro a corresponderme, y su incapacidad para hacerlo no disminuye el valor de mi entrega.

Para responder a esta disonancia emocional sin caer en el resentimiento, es vital acudir a la distinción que hace Erich Fromm en El arte de amar. El filósofo y psicoanalista nos recuerda que el amor no es un objeto que se intercambia, sino una facultad que se ejerce; es un arte que requiere disciplina y que vale por sí mismo, independientemente del receptor. Si mi bienestar depende de la respuesta del otro, no soy libre, soy un esclavo de la validación ajena. Desde una perspectiva espiritual, San Juan de la Cruz nos invita a elevar la mirada hacia un amor purificado, sugiriendo que «donde no hay amor, pon amor y sacarás amor». Esto no significa forzar al otro a cambiar, sino cambiar nosotros la calidad de nuestra ofrenda: pasar del Eros que desea poseer, al Ágape cristiano que se dona gratuitamente. Responder al vacío con más exigencia solo amplía la herida; la respuesta terapéutica y madura es aceptar los límites emocionales del otro como parte de su historia, no como un ataque a nuestra valía.

En conclusión, he aprendido que la mejor forma de procesar el cariño no correspondido es transformar la expectativa en aceptación. Como sugería Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido, cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos. Mi respuesta ante el silencio de un ser querido ya no es el reclamo, sino la compasión serena. Decido seguir amando, no porque espere que el otro despierte, sino porque amar define quién soy yo. El amor que damos y no vuelve no se pierde en el vacío; se sedimenta en nuestro carácter, ensanchando nuestra alma y haciéndonos capaces de una vida interior más robusta, autónoma y, paradójicamente, más feliz.


Referencias bibliográficas

  • Frankl, V. E. (2015). El hombre en busca de sentido. Herder Editorial.
  • Fromm, E. (2007). El arte de amar. Paidós.
  • Lewis, C. S. (2008). Los cuatro amores. Rialp.
  • San Juan de la Cruz. (2009). Obras completas. Biblioteca de Autores Cristianos.

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