Lo que yo veo de mí


“A veces, el mayor juez no es el otro, sino el reflejo deformado que aprendí a ver de mí mismo en sus ojos.”

Hay días en los que siento que mi ánimo tambalea por una mirada, una palabra fuera de lugar o, peor aún, por el silencio de quienes creía cercanos. Es como si mi valor dependiera de la validación ajena, como si necesitara una aprobación constante para justificar mi existencia. Pero en el fondo sé que ese hábito, tan común como nocivo, es el camino más directo hacia la tristeza. La trampa de vivir pendientes de los otros es que nunca basta: siempre hay un nuevo juicio, una nueva expectativa, una nueva comparación. Como escribió Séneca, “es esclavo quien vive según la opinión ajena” (Epístolas Morales, I, 7). Comprendí entonces que la mirada que verdaderamente importa no es la de afuera, sino la mía, cultivada en honestidad y libertad.

C.S. Lewis advertía que el orgullo no nace de poseer algo, sino de poseerlo más que los demás (Mere Christianity, 1952). Esa comparación constante es la madre de la inseguridad. Y cuando no nos sentimos suficientes, la sombra de la depresión puede colarse, silenciosa. Simone Weil decía que el alma necesita verdad tanto como el cuerpo necesita alimento. La verdad de uno mismo no se construye en el escaparate de las redes, ni en los comentarios de quienes no conocen nuestras batallas. Se forja en la intimidad, donde podemos mirarnos con misericordia, sin distorsiones. San Agustín, en sus Confesiones, reconocía: “me hice a mí mismo un enigma” (Libro X), hasta que dejó de buscar afuera lo que solo podía hallar adentro: la luz que ilumina desde dentro.

Hoy sé que mi salud emocional depende de no poner el corazón en manos de quienes no saben cuidarlo. He aprendido —y sigo aprendiendo— a ser testigo fiel de mis propias luchas y avances. No siempre me resulta fácil, pero cada vez que dejo de perseguir aplausos y me abrazo con compasión, mi autoestima se fortalece, y con ella, mi autonomía. Porque la libertad no está en ignorar al otro, sino en no vivir definido por él.


Referencias
Lewis, C. S. (1952). Mere Christianity. HarperCollins.
Séneca, L. A. (s. I). Epístolas Morales a Lucilio.
Weil, S. (1949). La gravedad y la gracia. Gallimard.
San Agustín. (s. IV). Confesiones.

Deja un comentario