Cuando la tierra prometida parece un espejismo

“Señor, recuérdame lo que prometiste cuando mi corazón olvide en medio del desierto.”

A veces la vida se siente como una travesía interminable por el desierto: cada día, una lucha. Cada oración, un eco. Me descubro cansado, con la esperanza polvorienta y la fe agrietada por el calor de las pruebas. En esos momentos, más que certezas, tengo preguntas. Y entonces vuelvo a mirar el cielo y le pido a Dios: “Recuérdame tus promesas.” Porque en medio del silencio y la incertidumbre, necesito que alguien, que Él, me diga que no estoy caminando en vano. Que hay una Tierra Prometida, aunque no la vea aún. Que esta travesía tiene sentido, aunque duela.

Me ayuda recordar que incluso los grandes caminantes de la fe vivieron crisis parecidas. Israel dudó en el desierto, y sin embargo, Dios permaneció fiel. San Pablo, desde la prisión, proclamaba: “Porque por fe andamos, no por vista” (2 Co 5,7), y san Agustín enseñaba que “Dios no nos abandona nunca, aunque nosotros lo olvidemos” (Confesiones, III, 11). Cuando leo estas palabras, entiendo que la fe no es ausencia de duda, sino persistencia en medio de ella. Es sostenerme en la promesa, como lo hizo Abraham, “esperando contra toda esperanza” (Rm 4,18). En el corazón de la teología cristiana, la promesa de la Tierra Prometida no es solo un lugar físico, sino el símbolo del descanso, la plenitud, la comunión con Dios: “Entrad en el descanso del Señor” (Hb 4,1). Y es allí donde me aferro, incluso cuando no veo más que arena y cielos cerrados.

Hoy no tengo todas las respuestas, pero vuelvo a orar con el Salmista: “Acuérdate, Señor, de tu alianza” (Sal 106,45). Esa súplica sencilla es mi ancla. Porque sé que Él no olvida. Yo sí. Por eso le pido que me recuerde, que me susurre al oído las promesas cuando mi memoria se nuble. Y aunque no haya maná cayendo del cielo ni nubes visibles guiando mis pasos, sigo caminando. Porque he decidido creerle, incluso cuando no entiendo. Esa es mi fe: no la certeza de lo visible, sino la confianza en Aquel que prometió llevarme hasta el final. Y si Él lo dijo, lo cumplirá.

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