No se trata de volver a empezar, sino de empezar bien.
Has amado, has sufrido, has aprendido. Ahora, en la adultez, después de una separación que quizás dejó más preguntas que respuestas, te encuentras frente a un umbral difícil: ¿cómo no equivocarte otra vez al elegir a alguien con quien compartir la vida? Ya no estás en los años en que todo era promesa y desborde; ahora sabes que el amor no basta, que la compañía no siempre acompaña, y que la soledad mal compartida es peor que la soledad elegida. Esta etapa de la vida no te exige velocidad, sino profundidad. Y aunque el corazón aún late con deseo de compartir, la mente pide sabiduría: ¿cómo elegir bien y no por miedo o nostalgia?
Viktor Frankl (2004) decía que el ser humano se realiza no en la comodidad, sino en la búsqueda de sentido. Tal vez por eso ahora, más que antes, lo que buscas no es solo a alguien que te quiera, sino a alguien con quien construir algo significativo. C. S. Lewis (1960) advertía que el amor verdadero no es ese que arrebata, sino el que se cultiva con paciencia, decisión y entrega. Y San Agustín, en sus Confesiones (397 d.C.), entendió que la clave no está en llenar vacíos, sino en elegir desde la plenitud de quien ha aprendido a habitarse. Porque elegir mal ya no es solo una herida emocional, es una fractura en el proyecto de vida. No buscas una mitad para completarte, sino un entero con quien compartir el camino. Y para eso hay que saber mirar con los ojos del alma y no con el miedo al paso del tiempo.
Entonces, ¿cómo no equivocarte otra vez? Empieza por elegirte a ti. Que no sea el apuro ni el miedo lo que decida, sino el discernimiento de quien se conoce y se respeta. Mira cómo el otro ama, cómo resuelve los conflictos, cómo responde al dolor. Y sobre todo, cómo te hace sentir contigo mismo. Después de todo, amar no es volver a lo mismo, sino atreverse a lo nuevo con los aprendizajes del ayer. Elegir bien, en esta etapa, es un acto de amor propio y de fe: en ti, en el otro, y en que aún es posible construir algo verdadero.


