A veces, en medio de la prisa diaria, me sorprendo repitiendo sin pensar una antigua pregunta: Quo Vadis? ¿A dónde vas? La escuché por primera vez en la historia cristiana donde Pedro, huyendo de Roma, se encuentra con Jesús y le pregunta esa frase. Desde entonces, se me ha quedado como un eco persistente. Vivimos aceleradamente, llenando nuestros días de ocupaciones y metas, pero pocas veces nos damos la pausa para mirar el rumbo. Y me doy cuenta de que no basta con avanzar, también hay que saber hacia dónde. Como escribía Viktor Frankl (2004), el ser humano no solo vive, sino que se ve empujado a buscar sentido, y cuando no lo encuentra, cae en el vacío existencial. Esa pregunta antigua, entonces, me despierta y me invita a mirar con mayor profundidad el sentido que guía mis pasos.
He aprendido que el sentido no es algo que se encuentra afuera como quien tropieza con una piedra en el camino. Es, más bien, un trabajo interior, una construcción que nace del diálogo con mi conciencia y con lo que amo. San Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”, pero ese amor verdadero exige saber primero por qué y para qué vivo. No puedo fingir que lo urgente es más importante que lo esencial. Camus (1942) afirmaba que la única cuestión filosófica verdaderamente seria es el suicidio, y con ello no promovía la desesperanza, sino que nos retaba a preguntarnos si la vida tiene sentido suficiente como para seguirla viviendo. Hoy, cuando me hago esa pregunta, no lo hago desde la desesperación, sino desde una necesidad vital de orientarme. Como el navegante que, en medio del mar, necesita una estrella que lo guíe.
Y entonces me doy cuenta de que encontrar el sentido de la vida no es un lujo ni una pregunta secundaria. Es, quizás, la pregunta más urgente y más humana. ¿Quo Vadis? No es una frase lejana del pasado, es una interpelación constante en mi presente. Y respondo, aunque no tenga todas las certezas, con pequeños actos de amor, de servicio, de contemplación. Porque en el fondo, sé que no hay brújula más certera que aquella que apunta hacia lo que trasciende. El sentido de mi vida no se escribe una vez para siempre; lo voy descubriendo cada día que elijo caminar con propósito.
Referencias:
Camus, A. (1942). El mito de Sísifo. Gallimard.
Frankl, V. E. (2004). El hombre en busca de sentido. Herder.
San Agustín. (1998). Confesiones. Editorial Ciudad Nueva.


