La soledad en el dolor: cuando la comprensión escasea

«No es la falta de amor, sino la falta de comprensión, lo que hace infeliz a las relaciones humanas» (Tolstoi).

Hay momentos en la vida en los que el dolor nos sobrepasa. No siempre es una tragedia monumental; a veces, basta con una acumulación de pequeños golpes para sentirnos ahogados. Sin embargo, lo que a menudo nos hiere más no es la adversidad en sí, sino la incapacidad de quienes nos rodean para comprendernos. En esas instancias, nos enfrentamos a una soledad más profunda que la física: la soledad de no ser entendidos.

Desde la antigüedad, los grandes pensadores han reflexionado sobre esta falta de comprensión. Marco Aurelio (2002) escribió en sus Meditaciones que «cada uno vive en su propio universo de percepciones», lo que explica por qué el dolor ajeno se vuelve incomprensible para quienes no lo han experimentado. La humanidad, en su tendencia natural al egocentrismo, juzga con ligereza, minimizando lo que no siente en carne propia. San Agustín (2009), por su parte, reflexionaba en Las Confesiones sobre cómo el amor genuino solo puede existir si hay una verdadera apertura del corazón para recibir al otro en su totalidad, con sus alegrías y miserias.

Pero la historia también nos ha mostrado cómo la falta de comprensión ha llevado a la soledad a mentes brillantes. Vincent van Gogh, incomprendido y relegado por quienes le rodeaban, plasmó su angustia en cada pincelada. Emily Dickinson, recluida en su propia casa, transformó su aislamiento en poesía. Incluso Abraham Lincoln, en sus cartas, habló del «peso invisible» que cargaba, agravado por la incapacidad de otros para verlo. La literatura y la historia están llenas de ejemplos de cómo la incomprensión hiere tanto como el sufrimiento original.

A lo largo de mi vida, he sentido esa falta de comprensión en los momentos en que más la necesitaba. He visto cómo el dolor se convierte en un idioma extranjero para quienes no lo han hablado. Sin embargo, también he aprendido que la solución no está en esperar comprensión de todos, sino en encontrar a quienes pueden y quieren brindarla. Quizá la clave, como sugiere Simone Weil (2006), esté en la atención pura: una escucha sincera y desinteresada. Si nosotros mismos aprendemos a practicarla, quizá podamos ofrecer a otros lo que tanto hemos necesitado.

Referencias
Marco Aurelio. (2002). Meditaciones. Alianza Editorial.
San Agustín. (2009). Las Confesiones. Ediciones Cátedra.
Weil, S. (2006). La gravedad y la gracia. Trotta.

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