“No poseemos el tiempo, solo podemos vivirlo.” — Simone de Beauvoir
La vida moderna nos empuja a correr, a producir, a medir nuestro valor en función de logros y posesiones. Sin embargo, en medio de este vértigo, me pregunto: ¿Dónde queda la sencillez? ¿Cómo podemos encontrar sentido en lo cotidiano, entre el trabajo y la familia, sin sentirnos arrastrados por la vorágine del hacer?
Redescubrir la vida en lo simple
Jean-Jacques Rousseau sostenía que el ser humano era más feliz en su estado natural, lejos de la corrupción de la sociedad y sus artificios. Quizás no se trate de renunciar a la civilización, sino de recuperar la capacidad de asombro ante lo simple: una conversación sincera, un atardecer después de un día de trabajo, la risa de los hijos.
Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, hablaba del hombre moderno como alguien que se ha olvidado de sí mismo en la búsqueda de algo siempre inalcanzable. Lo veo en mi día a día: la necesidad constante de avanzar, de hacer más, de ser más. Pero ¿no es acaso en el café compartido con un ser querido, en la lectura nocturna con un niño, donde la vida realmente sucede?
En la espiritualidad cristiana, Teresa de Jesús decía que “Dios está entre los pucheros”. Lo cotidiano no es un obstáculo para la trascendencia, sino su vehículo. Como decía Antoine de Saint-Exupéry en El principito, “lo esencial es invisible a los ojos”. Y es que, muchas veces, el sentido de la vida se esconde en los detalles pequeños, en el amor puesto en las tareas diarias.
Volver al presente
El problema es que nos cuesta estar presentes. Emerson y Thoreau, grandes pensadores americanos, promovían una vida más simple, en contacto con lo natural y lo esencial. En Walden, Thoreau no predica el aislamiento, sino la consciencia: vivir con menos para vivir mejor. No se trata de renunciar al trabajo o a la familia, sino de darles el valor que merecen.
Gabriel García Márquez escribió en El amor en los tiempos del cólera que la vida no es lo que uno vivió, sino cómo uno la recuerda y la cuenta. La felicidad no está en los grandes acontecimientos, sino en la capacidad de darles significado a los momentos cotidianos.
Mi respuesta
La sencillez es un arte que se aprende al detenerse y mirar de nuevo lo que creíamos obvio. Entre el trabajo y la familia, no es la cantidad de horas lo que define nuestra vida, sino la calidad con la que las vivimos. Hoy, elijo valorar lo pequeño: el pan recién hecho en la mesa, la complicidad de una mirada, la pausa de un respiro profundo antes de volver a empezar. Porque en lo simple, descubrimos la verdadera grandeza de la existencia.
Referencias
• Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo. Gallimard.
• Paz, O. (1950). El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica.
• Rousseau, J. J. (1762). El contrato social. Marc Michel Rey.
• Saint-Exupéry, A. (1943). El principito. Reynal & Hitchcock.
• Thoreau, H. D. (1854). Walden. Ticknor and Fields.


