«Ad utrumque paratus» (Preparado para cualquier cosa)

La vida nos exige preparación, no solo para los momentos de éxito y alegría, sino también para la adversidad. «Ad utrumque paratus», la antigua expresión latina que significa «preparado para cualquier cosa», encierra una profunda verdad sobre la madurez. Crecer no es solo acumular experiencias, sino aprender a enfrentarlas con entereza, discernimiento y, sobre todo, con la disposición de aceptar lo inesperado.

Henri Bergson, en su concepción del tiempo y la conciencia, nos invita a pensar en la vida como un flujo continuo, impredecible y en constante cambio (Bergson, 1907). No podemos limitarnos a esperar que la vida se adapte a nuestras expectativas; debemos ser capaces de adaptarnos a ella. La madurez no radica en la rigidez de nuestras convicciones, sino en la flexibilidad de nuestra comprensión.

C.S. Lewis, en Los problemas del dolor, nos recuerda que el sufrimiento no es un error en la existencia, sino una parte inherente de nuestro crecimiento (Lewis, 1940). Prepararse para cualquier cosa implica reconocer que el dolor es maestro, no enemigo. Aceptarlo nos permite fortalecer nuestra alma en lugar de doblegarnos ante la adversidad.

Desde la filosofía de Emmanuel Levinas, la madurez se traduce en la responsabilidad por el otro. No solo se trata de estar preparados para lo que nos ocurre a nosotros, sino también para responder a las necesidades del prójimo. La vida no se vive en solitario; su sentido se encuentra en la relación con los demás (Levinas, 1961). Ser maduros significa estar listos para enfrentar el sufrimiento ajeno con la misma entereza con la que enfrentamos el propio.

En el arte, la idea de estar preparados para cualquier cosa se refleja en la obra de Miguel Ángel. Sus esculturas, especialmente aquellas inacabadas, nos enseñan que la perfección no es la meta, sino el proceso mismo de esculpir la vida a medida que la vivimos. La madurez no es un estado fijo, sino un trabajo en curso.

Desde la espiritualidad cristiana, Jesús nos ofrece la imagen del siervo fiel que, sin conocer la hora ni el día, se mantiene vigilante (Mateo 24:42). La madurez cristiana no es otra cosa que esta disposición constante para lo que la vida traiga, confiando en que la fe nos sostendrá en cada circunstancia. San Agustín afirmaba que la gracia no anula la preparación, sino que la complementa: debemos hacer nuestra parte y confiar en que Dios hará la suya (Agustín, 397/1992).

Estar «ad utrumque paratus» es entender que la vida nos exige tanto fortaleza como humildad. No es resignación ante el destino, sino disposición para aprender de él. Es la valentía de enfrentar la incertidumbre con la certeza de que, cualquiera sea el camino, siempre podemos encontrar en él una oportunidad para crecer.

Referencias:

  • Agustín de Hipona. (1992). Confesiones (E. Gilson, Ed.). Biblioteca de Autores Cristianos. (Original de 397).
  • Bergson, H. (1907). L’évolution créatrice. Presses Universitaires de France.
  • Levinas, E. (1961). Totalité et infini. Martinus Nijhoff Publishers.
  • Lewis, C. S. (1940). The Problem of Pain. HarperCollins.
  • La Biblia, Mateo 24:42.

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