En el constante devenir de la existencia, a menudo pasamos por alto la efímera naturaleza de las relaciones humanas. «Las personas se nos van» no solo es una afirmación literal sobre la realidad de la vida y la muerte, sino también una llamada a la reflexión sobre la importancia de valorar a quienes nos rodean mientras están presentes en nuestras vidas.
Hace unas semanas mi madre volvió de nuevo a nuestro país, mi perro Ron falleció después de 9 años de vida y anoche partió un gran amigo a una ciudad muy lejana. Y ello, reconozco que me ha golpeado internamente. Y con sencillez les comparto esta reflexión.
La cotidianidad nos sumerge en una vorágine de responsabilidades, rutinas y distracciones, dejándonos atrapados en la ilusión de la permanencia. Olvidamos que el tiempo es implacable y que nuestras interacciones con amigos, familiares y seres queridos tienen un límite.
Cada persona que cruza nuestro camino aporta su propia luz al tapiz de nuestra existencia. Sin embargo, en medio de las demandas diarias, no siempre reconocemos la fragilidad de estos lazos. Es fácil caer en la trampa de dar por sentada la presencia de aquellos que consideramos incondicionales, como si la eternidad fuera un regalo garantizado.
La realidad, sin embargo, nos recuerda con crudeza que la vida es efímera y que la única constante es el cambio. Las personas que amamos, apreciamos y compartimos nuestras experiencias un día se nos van, ya sea por motivos inevitables como la muerte o por senderos de la vida que toman direcciones distintas a las nuestras.
En este contexto, surge la necesidad imperante de recalibrar nuestras prioridades. ¿Valoramos lo suficiente a quienes nos rodean? ¿Expresamos nuestro aprecio y amor con la frecuencia que merecen? ¿O esperamos a que sea demasiado tarde para reconocer la magnitud de su importancia en nuestras vidas?
Aprender a apreciar el presente, a reconocer la efímera naturaleza de las relaciones y a expresar gratitud se convierte en una tarea fundamental. En lugar de dejar que las palabras no dichas y los gestos de cariño se acumulen en nuestra consciencia, es crucial convertirlos en acciones palpables mientras las personas aún están a nuestro alcance.
«Las personas se nos van» no debe ser un recordatorio triste, sino una invitación a vivir con conciencia y autenticidad. Al valorar a quienes nos rodean y expresar nuestro amor y aprecio, creamos un tejido relacional más fuerte y significativo. En última instancia, al reconocer la fugacidad de la vida, podemos transformar nuestro día a día en una celebración continua de las personas que hacen que nuestro viaje sea único y significativo.
El amor incondicional de una madre, la compañía incondicional de una mascota y el apoyo incondicional de un amigo dejan marcas eternas. Aunque ya nos los vea y los abrace, soy lo que soy gracias a ellos. Y lo dado nunca será quitado. Siendo por ello lo correcto decir al final «las personas nunca se van…ya que se quedan siempre en nosotros».
Juan Manuel Sayago
Posadas, verano de 2024.


