Libertad en la elección: Ser arquitecto de mi destino

Decidir qué personas, lugares y actividades forman parte de mi vida es, para mí, un acto sagrado de libertad, pero también de responsabilidad. Más allá de dejarme arrastrar por la corriente, he comprendido que elegir con conciencia es construir mi identidad y mi destino. Como dijo el filósofo Jean-Paul Sartre, “el hombre está condenado a ser libre” (Sartre, 1943), y esa libertad es el peso y la posibilidad de decidir quiénes y qué integran mi mundo. Desde esta perspectiva, elige es un ejercicio diario de afirmación personal, que requiere valentía para no sucumbir a modas, expectativas ajenas o miedos internos.

En este camino, el pensamiento de Viktor Frankl me ha servido de guía; En su obra, Frankl (1946) insistió en que aunque no siempre podemos controlar las circunstancias que nos tocan vivir, sí somos absolutamente libres para elegir nuestra actitud ante ellas y, sobre todo, para decidir qué valora y da sentido nuestro caminar. Por ello, no busco la aprobación externa ni me sumerjo en ambientes que no nutren mi ser; al contrario, me acerco a personas que despiertan mi crecimiento, a lugares que calman y activan mi alma, ya actividades que me requieren y me apasionan. Esta elección consciente me libera del automatismo y del simple dejarse llevar, transformándome en un ser activo que va forjando su sentido y su felicidad desde dentro hacia afuera.

Así, ser libre no es mera espontaneidad ni ausencia de límites, sino el compromiso profundo conmigo mismo para elegir en coherencia con mi esencia y mis valores. La libertad auténtica, como le enseñó el poeta Rainer Maria Rilke, nace de haber aprendido “a habitar mi soledad sin miedo” (Rilke, 1903), y desde ahí construir relaciones, escenarios y acciones que me once. Elegir de este modo es un acto de amor propio y de respeto por el misterio y la belleza de la existencia. En definitiva, no permito que la vida me arrastre, sino que soy yo quien, con plena conciencia y fuerza, nombra y talla el rumbo que deseo transitar.

Referencias

Frankl, VE (1946). El hombre en busca de sentido . Beacon Press.

Rilke, RM (1903). Cartas a un joven poeta .

Sartre, J.-P. (1943). El ser y la nada .

Vivir sin el miedo a equivocarse: un acto de valentía y libertad

El miedo a equivocarse es una sombra silenciosa que a menudo frena nuestros pasos, nos paraliza en la indecisión y nubla la claridad con la que mirar el porvenir. Como dijo el poeta Rainer Maria Rilke, “la única valentía verdadera es la de adentrarse en el desconocido” (Rilke, 1903). Este temor no es ajeno a la naturaleza humana; Como señaló Kierkegaard, la ansiedad es la raíz de la libertad, pues “solo el que teme equivocarse es digno de elegir” (Kierkegaard, 1844). Entender que equivocarse es parte inevitable y necesaria del aprendizaje humano nos abre la puerta a vivir con mayor plenitud y autenticidad.

Vivir implica tomar decisiones, asumir riesgos y abrazar la incertidumbre que viene con ellas. Shakespeare nos recuerda en Hamlet que el ser valiente no es la ausencia del miedo, sino la capacidad de actuar a pesar de él (Shakespeare, ca. 1600). Desde la perspectiva cristiana, San Agustín enfatiza que la gracia de Dios sostiene al ser humano en su fragilidad y error, invitándonos a confiar en una misericordia que absorba nuestras caídas y nos impulsa a seguir adelante con esperanza (Agustín, s. IV). En la filosofía estoica, Séneca enseña que no debemos temer al error sino al arrepentimiento de no haber vivido, pues “la vida no es esperar a que pase la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia” (Séneca, s. I). Así, el error deja de ser un enemigo para convertirse en un maestro.

En lo personal, vencer el miedo a equivocarme ha sido un camino de aceptación y coraje, comprendiendo que cada fracaso es una oportunidad para crecer y reajustar el rumbo. Decidir vivir plenamente es un acto radical de libertad frente a la parálisis del temor, un compromiso con la autenticidad que transforma los errores en peldaños hacia el ser íntegro. Como plantea Viktor Frankl en su búsqueda de sentido, el sufrimiento y las dudas no anulan la posibilidad de elegir con valor la propia existencia, sino que le dan profundidad y significado (Frankl, 1946). Por eso, hoy elijo vivir, aprendiendo de cada error, con la convicción de que la vida es, en su esencia, un continuo acto de creación donde solo la valentía y la confianza pueden vencer el miedo.


Referencias

Agustín, S. (s. IV). Confesiones .

Frankl, VE (1946). El hombre en busca de sentido .

Kierkegaard, S. (1844). El concepto de angustia .

Rilke, RM (1903). Cartas a un joven poeta .

Séneca, LA (s.I). Cartas a Lucilio .

Shakespeare, W. (ca. 1600). Hamlet .

Escuchar: el arte de descubrir tu propia voz

Cuando piensas en escuchar, seguramente imaginas atender a la voz del otro, captar sus palabras y sus silencios. Pero, ¿qué pasaría si la escucha más profunda que puedes aprender es la que dirige hacia ti mismo? Escucharte no es solo oír tus pensamientos; es abrir espacio a tu propio sentir, comprender tus emociones y reconocer tus verdaderas necesidades, como enseñaron grandes pensadores y la espiritualidad cristiana.

En la filosofía de Sócrates, el mandato más valioso es «conócete a ti mismo», un llamado a la autoindagación que solo puede realizarse si primero aprendes a escucharte. Rainer María Rilke dijo que para escribir o crear, necesitamos hablar con nuestro interior y atender ese diálogo silencioso. En la tradición cristiana, escuchar la «voz interior» del Espíritu Santo implica una atención humilde y atenta a lo que verdaderamente nace en nuestro corazón. Este ejercicio, aunque sencillo en apariencia, requiere valentía para confrontar nuestras dudas y miedos, y paciencia para sostenernos en la incertidumbre sin evadir.

Por eso, cuando aprendes a escucharte, descubres un espacio donde no solo oyes palabras, sino que te encuentras a ti mismo en su más pura esencia. Es un acto de respeto y amor propio que te conecta con tu autenticidad y te permite dar presencia verdadera a los demás. Escucharte es, en última instancia, aprender a estar despierto en tu propia vida ya responder con integridad a la llamada que surge desde tu interior. ¿Te animas a ingresar en ese diálogo vital contigo?

Deja de buscar fuera, aprende a mirarte adentro

¿Alguna vez ha sentido que todo tu valor depende de la mirada del otro? La tentación de buscar validación externa es natural, y gran parte de nuestra cultura refuerza esta necesidad. Sin embargo, pensadores como Séneca recordaban que la verdadera estabilidad viene de lo que está dentro de ti, no de lo que otros ven. La luz de tu dignidad personal debe ser encendida y alimentada desde tu propia conciencia, no desde la opinión ajena.

Cuando miras constantemente hacia afuera para ser validado, entregas poder a quienes no necesariamente tienen tu bienestar como prioridad. Desde la perspectiva de San Agustín hasta poetas como Rumi, el viaje hacia el amor propio comienza en el encuentro sincero con uno mismo, con nuestras sombras y nuestras luces. Solo aceptándote profundamente puedes construir un corazón fuerte que no dependa de aplausos ni juicios externos. Esta mirada interna no es egoísmo, sino un acto de valentía espiritual y psicológica que te libera de cadenas invisibles.

Por eso, quiero invitarte a dar ese paso: voltear hacia adentro, abrazar tu humanidad imperfecta y reconocer que el fundamento de tu valor está en tu esencia, no en la aprobación externa. Como decía CS Lewis, «la humildad no es pensar menos de ti mismo, sino pensar menos en ti mismo». Aprende a quererte sin condiciones ni comparaciones y descubrirás que, al fin, tu mirada propia es la más poderosa que puedes sostener.

Mirar Más Allá del Árbol: La Decisión en Perspectiva


En nuestra vida cotidiana, tomar decisiones se vuelve una constante y, a menudo, caemos en la trampa de concentrarnos tanto en un detalle —un árbol— que olvidamos ver el conjunto más amplio—el bosque—y cómo cada elección encaja en esa totalidad. Reflexionar sobre cómo ampliar nuestra visión puede transformar no solo nuestras decisiones, sino nuestra manera de entender el mundo y nuestro lugar en él.

Desde la filosofía de Hegel, quien insistió en la necesidad de una visión integral para comprender la realidad como un todo orgánico, hasta la sabiduría de Ignacio Ellacuría, que instaba a no perder de vista la estructura mayor al analizar eventos particulares, la importancia de mirar “el bosque sin dejar de ver los árboles” se hace evidente (González, 2024). Edgar Morin, con su teoría de la complejidad, nos invita a adoptar un pensamiento multidimensional que reconozca la interrelación entre las partes y el todo, superando la fragmentación del conocimiento (Morin, 2024). Desde la espiritualidad cristiana, la visión holística también se refleja en la enseñanza de que cada acto individual debe orientarse al bien común, implicando una mirada que trascienda intereses particulares hacia una comprensión más profunda y solidaria (Catecismo de la Iglesia Católica, 1992).

En lo personal, aprender a tomar decisiones con una visión amplia implica un compromiso constante con la reflexión y la humildad. No es suficiente responder reaccionando a lo inmediato; es necesario detenerse, contemplar las múltiples dimensiones del contexto, imaginar consecuencias a largo plazo y conectar nuestras elecciones con valores que trascienden el instante. Así, al elegir, no solo contemplamos el árbol, sino cómo éste contribuye al ecosistema entero, permitiéndonos actuar con sabiduría y responsabilidad. Este ejercicio transforma cada decisión en una oportunidad para construir un sentido y un futuro más integrados y coherentes con la realidad compleja que habitamos.


Referencias

Catecismo de la Iglesia Católica. (1992). Librería Editrice Vaticana.

González, LA (2024). Mirar el bosque sin dejar de mirar los árboles. Magistral de Insurgencia.

Morín, E. (2024). La Teoría de la Complejidad. RedICIsco.

Hegel, GWF (2024). Conjunto, Unidad y Realidad. Fundación Sicomoro.

«Trazar el mapa antes de caminar»

¿Alguna vez te has detenido a pensar hacia dónde te diriges o simplemente caminas esperando que el camino se dibuje solo? Esta es la gran pregunta de la juventud: elegir no sólo qué estudiar o en qué trabajar, sino qué clase de persona deseas llegar a ser. No se trata de predecir el futuro, sino de construirlo. Marco Aurelio decía que la vida es lo que hacen de ella nuestros pensamientos, y eso incluye las decisiones que hoy tomas para tu mañana.

Proyectar tu carrera laboral y académica es más que acumular títulos; es definir un horizonte que te permita crecer en sabiduría y no solo en competencias. Viktor Frankl recordaba que quien tiene un «por qué» puede soportar casi cualquier «cómo», y ese «por qué» es el motor que orienta cada paso que das. La preparación académica, el esfuerzo diario y la constancia son semillas que quizás no den fruto de inmediato, pero que moldean tu carácter y te preparan para desafíos mayores.

Al final, lo que decides hoy es una inversión en el futuro que aún no ves, pero que está en tus manos crear. Tu vocación es la brújula, tu trabajo es el terreno y tu fe es el viento que empuja la vela. Si buscas con sinceridad el bien, si pones tus talentos al servicio de algo más grande que tú, descubrirás que la vida no es un laberinto sino un viaje que vale la pena recorrer. Hoy es el momento para trazar el mapa y comenzar a caminar.

Silencio que Cura: La Urgencia de Hacer Pausa

“Cuando no me detengo, me pierdo”. Esta frase me acompaña cada vez que siento el vértigo de los días que pasan sin que los viva. En un mundo donde la productividad se mide en horas y la atención en notificaciones, hacer una pausa parece casi un acto de rebeldía. Sin embargo, el cuerpo y el alma tienen su propio lenguaje: cansancio, irritabilidad, apatía, incluso tristeza. No se trata de debilidad, sino de un llamado a regresar a nosotros mismos. San Agustín lo expresó con claridad: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, I,1). El descanso no es lujo, es necesidad espiritual.

Regenerarse implica mucho más que dormir o desconectarse del trabajo; es recuperar la coherencia entre lo que hacemos y lo que somos. Los estoicos, como Séneca, aconsejaban reservar tiempo cada día para la introspección, porque “no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho” (De brevitate vitae, 1.1). Incluso en el Renacimiento, Leonardo da Vinci defendía el ocio creativo como fuente de claridad y genio. Hacer pausa es permitir que el alma respire, que las emociones sedimenten y la mente encuentre perspectiva. Desde la psicología contemporánea, la evidencia confirma que la práctica de mindfulness y el descanso consciente reducen el estrés y mejoran la salud mental (Kabat-Zinn, 2013). El silencio, la oración, la contemplación de la naturaleza o simplemente respirar profundamente se convierten en pequeñas anclas que nos devuelven al presente.

Hoy entiendo que no darme espacio para regenerarme es una forma de abandono personal. Si no detengo la inercia, termino vacío, reaccionando en lugar de eligiendo. Hacer pausa me permite volver a ser agente de mi vida, recuperar el sentido de mis actos y responder en vez de simplemente resistir. Regenerarme es un acto de amor propio y, en consecuencia, de amor hacia los demás. Después de todo, solo un corazón que descansa puede sostener a otros. Y cuando me atrevo a parar, descubro que el mundo no se derrumba: soy yo quien se reconstruye.

Referencias
Kabat-Zinn, J. (2013). Full Catastrophe Living: Using the Wisdom of Your Body and Mind to Face Stress, Pain, and Illness. Bantam Books.
Séneca. (2009). De la brevedad de la vida. Gredos.
San Agustín. (1999). Confesiones. Editorial Ciudad Nueva.

Sanar con el alma: El lenguaje de los gestos

Hay vacíos que las palabras no pueden llenar, heridas que no cicatrizan con promesas vacías. Aunque creamos que tenemos el don de la oratoria o que un «lo siento» o un «te amo» es suficiente, la verdad es que en el dolor profundo, el ser humano anhela algo más tangible. Es en esos momentos cuando la palabra se desvanece y la acción, el gesto sincero, cobra vida. Es el lenguaje del alma que no necesita ser traducido.

El pensador y escritor C. S. Lewis, en sus cartas, nos recordaba la importancia de la acción sobre el discurso. Para él, el amor no era una emoción abstracta, sino una voluntad activa. Esto resuena con la vida de figuras como la Madre Teresa de Calcuta, quien dedicó su existencia a los gestos de cuidado y compasión, demostrando que la acción es una forma de oración. En el budismo, el concepto de karuna, que se traduce como compasión, implica no solo sentir por el otro, sino también tomar medidas para aliviar su sufrimiento. Y para los filósofos existencialistas como Jean-Paul Sartre, nuestra existencia se define por nuestras acciones y decisiones, no por lo que decimos que somos. Se podría decir que la palabra es un eco de la intención, pero el gesto es el martillo que la moldea en realidad. Un abrazo, un café a media noche, un oído atento sin la necesidad de un consejo, todos estos son gestos que demuestran una presencia activa. Son acciones que se convierten en símbolos de una verdad profunda, una conexión que va más allá de lo verbal. Nos recuerdan que el amor es un verbo en la mayoría de sus formas.

Personalmente, he llegado a entender que los gestos, por pequeños que sean, son la base de la sanación. A menudo, cuando un ser querido sufre, su mundo se reduce a su propio dolor, y las palabras externas pueden sentirse como ruido. Lo que realmente necesitan es que alguien se arremangue y se siente con ellos en ese espacio de oscuridad. Es la presencia, el acto de estar ahí, el que más sana. El profeta Isaías nos habla del siervo sufriente que carga con las penas de otros, una metáfora que, para el cristianismo, culmina en la figura de Jesús, cuya vida fue un gesto continuo de servicio, entrega y sanación. No se limitó a discursos, sino que caminó, tocó y se sentó con los que sufrían. He descubierto que esta es la forma más pura de amor, un eco del amor divino. Se trata de poner las manos en la masa y demostrar que el cuidado es una acción, no una simple declaración de intenciones. Al final del día, lo que realmente recuerda el corazón no es lo que se le dijo, sino cómo se le hizo sentir. Y en ese sentido, el lenguaje del amor verdadero es el de los gestos.


Referencias:

  • Lewis, C. S. (1995). Cartas. Grupo Editorial Norma.
  • Madre Teresa de Calcuta. (1997). El amor es acción. Editorial Sal Terrae.
  • Sartre, J.-P. (2009). El existencialismo es un humanismo. Edhasa.
  • Isaías. (s.f.). En La Biblia.

En el eco de mi propia voz

En un mundo que a menudo nos empuja a buscar la validación externa, surge una pregunta ineludible: ¿qué sucede con esos ideales e iniciativas que nacen del alma, puros y buenos en sí mismos? Con el tiempo, he aprendido que el camino hacia la realización personal no reside en el aplauso de la multitud, sino en la solidez de la convicción. Desde mis primeras lecturas de Nietzsche , donde el ‘superhombre’ forja su propio camino más allá de la moral convencional, hasta la resignada paz de Jesucristo frente a la cruz, encontró un hilo común: la auténtica libertad se encuentra en la capacidad de ser fiel a uno mismo. No se trata de una rebeldía vacía, sino de un profundo acto de fe en la propia intuición, en esa voz interior que discierne el bien del mal, el camino correcto del equivocado.

No es que la opinión de los demás sea irrelevante, pero mi experiencia me ha enseñado a discernir entre la crítica constructiva y la oposición que nace del miedo, la envidia o la incomprensión. Recuerdo la historia de Galileo Galilei , cuya defensa del heliocentrismo lo enfrentó a la Inquisición, un poderoso reflejo de cómo las ideas que desafiaban el statu quo son, a menudo, recibidas con hostilidad. De manera similar, los místicos del desierto y los eremitas cristianos encontraron su camino en la soledad, alejados del bullicio de un mundo que no comprendía su búsqueda de lo divino. Esta búsqueda, que resuena con el “¡Eureka!” de Arquímedes , es un acto de valentía intelectual y espiritual. La oposición puede ser un fuego purificador, una prueba de que uno está en el camino correcto; No hay una señal para detenerse, sino un impulso para seguir adelante.

En última instancia, la única validación que verdaderamente importa es la que nos damos a nosotros mismos. CS Lewis en Mero Cristianismo nos recuerda que la verdadera bondad no se busca para recibir elogios, sino porque es buena en sí misma. Este principio, que se refleja en el estoicismo de Marco Aurelio , nos enseña a centrarnos en lo que está bajo nuestro control: nuestras acciones, nuestros pensamientos y nuestra integridad. Hacernos inmunes a la crítica no significa ignorarla, sino comprender su naturaleza y no permitir que socave nuestra confianza. La verdadera fortaleza no es la ausencia de miedo o duda, sino la capacidad de actuar a pesar de ellos. Seguir nuestros ideales, cuando son buenos, es el acto de amor más grande que podemos darnos, un eco de nuestra propia verdad que resuena mucho más fuerte que cualquier aplauso fugaz.


Referencias:

Lewis, CS (2001). Mero Cristianismo . Editorial Andrés Bello.

Marco Aurelio. (2018). Meditaciones . Gredos.

Nietzsche, F. (2019). Así habló Zaratustra . Editorial Alianza.

Amar con Límites: La Dignidad en el Servicio

¿Se puede amar de verdad sin hacerse respetar? Esta pregunta resuena en lo profundo de nuestra experiencia humana, especialmente en el contexto de las relaciones más íntimas, como las familiares. Es común caer en la trampa de creer que el amor y el servicio incondicional implican una entrega total, sin límites ni expectativas. Nos enseñan, a menudo desde la infancia, que el amor verdadero no pide nada a cambio. Sin embargo, esta noción, aunque noble, puede convertirse en una puerta abierta a la falta de respeto y, en última instancia, al agotamiento y la pérdida de nuestra propia dignidad. La historia está llena de ejemplos de figuras que, a través de su servicio, no perdieron su valor personal, sino que lo afirmaron. Pienso en Jesucristo, quien, a pesar de su entrega total, no dudó en exigir respeto y coherencia a sus seguidores, recordándoles que «la verdad os hará libres» (Juan 8:32). O en el poeta Khalil Gibran, quien en El Profeta, nos habla de dar sin perderse: «Y hay quienes dan poco de lo mucho que tienen… y lo dan para ser reconocidos, y su deseo secreto hace que sus dones no sean sanos.» En este sentido, la capacidad de establecer límites no es un acto de egoísmo, sino de amor propio y de sabiduría, una forma de proteger el manantial desde el cual brota nuestro servicio.

La ausencia de respeto en relaciones de amor y servicio, como la de los abuelos hacia sus hijos y nietos, se manifiesta de diversas maneras: desde la falta de consideración por su tiempo y energía, hasta la manipulación emocional o la indiferencia ante sus necesidades. Los abuelos, que han entregado su vida en la crianza y el cuidado, a menudo se encuentran en una posición vulnerable, donde la gratitud es reemplazada por una expectativa de servicio continuo y sin fin. Esta dinámica no solo es injusta, sino que deteriora el vínculo afectivo. El filósofo Immanuel Kant, con su imperativo categórico, nos recuerda que no debemos tratar a los demás como un medio para un fin, sino como un fin en sí mismos. Esta máxima es aplicable aquí: los abuelos no son simplemente un recurso de cuidado infantil o una fuente de apoyo económico; son individuos con una vida propia, con deseos y necesidades que merecen ser respetadas. Negarse a aceptar este trato no es una falta de amor, sino un acto de autoafirmación. Es la voz que dice: «Te amo, pero también me valoro a mí mismo. Mi servicio es un regalo, no una obligación.»

La reflexión final me lleva a la certeza de que el amor más profundo y auténtico es aquel que se nutre del respeto mutuo. Hacernos respetar no es un signo de egoísmo, sino una manifestación de amor propio, lo cual es esencial para poder amar a los demás de manera sana y sostenible. No podemos verter de una copa vacía. Al proteger nuestra dignidad y establecer límites claros, estamos enseñando a los demás cómo amarnos de la manera correcta. Estamos modelando un amor que honra tanto al que da como al que recibe. Es una lección vital que nos permite servir con alegría y plenitud, en lugar de con resentimiento y agotamiento. Al final del día, el legado de los abuelos no debería ser la simple entrega de recursos, sino la de una vida vivida con dignidad y propósito, donde su amor fue valorado y, sobre todo, respetado.


Referencias Bibliográficas

  • Gibran, K. (1923). El profeta. Alfred A. Knopf.
  • Kant, I. (1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
  • La Santa Biblia. Versión Reina-Valera 1960. (Originalmente compilada en el siglo XVI).