“Hay heridas que no sangran, pero duelen en cada pensamiento.”
La infidelidad es una fractura invisible que se instala en el alma como un eco persistente. No hace falta gritar ni llorar para sentir su peso: basta el silencio incómodo en la mirada, la sospecha que se vuelve certeza, la confianza rota como un vidrio que ya no encaja. En carne propia comprendí que el estrés que provoca no es solo emocional; se manifiesta en el cuerpo, en el insomnio, en el nudo del estómago, en esa fatiga que no se va. Es una guerra interna entre la necesidad de entender y el deseo de olvidar, entre la humillación que lastima el amor propio y el amor que aún late. El filósofo Søren Kierkegaard hablaba del «tormento de la elección»: quedarse o partir. En esa disyuntiva se retuerce el alma, buscando sentido en lo que parece carecer de él (Kierkegaard, 1843/2012).
He comprendido que la infidelidad no es solo un hecho: es un detonante. Expone las grietas previas, activa miedos antiguos y abre preguntas incómodas sobre uno mismo y la relación. En palabras de C.S. Lewis, “el dolor insiste en ser atendido” (Lewis, 1961). Y duele porque amar implica exponerse, y cuando ese amor es traicionado, no se hiere solo el vínculo, sino también la imagen que uno tenía de sí mismo en esa relación. El estrés se convierte en una niebla mental, una hiperalerta constante, como si todo se tambaleara. San Agustín, en sus Confesiones, afirma que el corazón humano es inquieto hasta que descansa en Dios (Agustín, 397/2000). Encontré paz, no en la explicación del otro, sino en volver a mí, a mi raíz más profunda, a esa dignidad que no puede ser robada ni manchada por el error ajeno.
Hoy ya no busco comprender lo incomprensible. El estrés sigue, a veces, como una sombra, pero he aprendido a no dialogar con él. Lo dejo estar, sin dejar que me habite. No hay receta perfecta, solo un camino interior de reconstrucción. Decidí no definirme por lo que sufrí, sino por cómo respondí. La infidelidad no me quitó el valor: me lo recordó. Me recordó que el amor más fiel comienza por uno mismo, y que sanar no es olvidar, sino elegir cada día no vivir desde la herida.
Referencias
Agustín de Hipona. (2000). Confesiones (L. Arias, Trad.). Biblioteca de Autores Cristianos. (Obra original publicada en 397)
Kierkegaard, S. (2012). La repetición (A. Barrios, Trad.). Ediciones Sígueme. (Obra original publicada en 1843)
Lewis, C. S. (1961). The Problem of Pain. HarperOne.

